Esa es una de las tantas conclusiones que la psicóloga Chilena, Paula Cortés, llegó depués de haber realizado una investigación en resiliencia y acciones pro-sociales realizado con población Norteamericana. Nos contactamos con la autora quien actualmente reside en Amsterdam, Holanda, para saber un poco más del trabajo realizado.
1. ¿Cómo nace la idea de investigar en este tema?
En mi experiencia trabajando con eventos potencialmente traumáticos, como accidentes o desastres de origen natural, con frecuencia comencé a escuchar relatos de cómo algunas personas que vivieron una experiencia terrible, una vez recuperadas, se sintieron impulsadas a ayudar a otras personas en situaciones similares, participando en actividades de recaudación de fondos o simplemente prestando apoyo emocional cuando era necesario. Simultáneamente, también estuve trabajando sobre el fenómeno denominado crecimiento postraumático, el cual describe una serie de características positivas en respuesta al trauma que indican crecimiento personal, como una elevada espiritualidad o valoración de las redes sociales.
De esta manera, me parecía que la adversidad, en términos generales, no solo causa efectos negativos en las personas, sino más bien consecuencias positivas, o resiliencia. En este punto, investigaciones actuales demuestran que la trayectoria más común luego de un evento adverso no es el trauma psíquico, sino que la resiliencia, lo cual pone en perspectiva la creencia común de que las personas “quedan peor” después de vivir una experiencia altamente estresante. La literatura nos demuestra que esto es verdad para un pequeño porcentaje de la población.
Entonces, si la mayoría de las personas son resilientes frente a la desgracia ¿qué efectos positivos puede tener esto a nivel interpersonal? ¿es factible que la resiliencia esté asociada a una mayor conducta prosocial? Estas preguntas iluminaron mi trabajo en relación a la resiliencia, la que más tarde adopté como tema central en mi proyecto de investigación.
La revisión de la literatura entorno a los eventos adversos y la conducta prosocial señala que existe una relación moderada entre ambos fenómenos. Es decir, en efecto es probable encontrar que personas que han vivido situaciones sumamente estresantes en su vida con el tiempo demuestren mayor empatía y también mayor involucramiento en acciones que buscan ayudar a otros. A pesar de esta evidencia, no existen investigaciones empíricas disponibles que vinculen la resiliencia con la conducta prosocial, por lo que pareció necesario investigar más a fondo, y así intentar comprender cómo algunas personas se recuperan de la adversidad y además son capaces de actuar de manera prosocial.
2. ¿En qué consistió el trabajo realizado? ¿Cuáles son sus principales conclusiones?
El trabajo se enmarca en mi proyecto de tesis de magíster en la Vrije Universitet Amsterdam. La propuesta está en directa relación con el trabajo de Hobfoll, quien señala que la posesión y activación de recursos personales y sociales es central para la promoción de la resiliencia. En esta línea, mi trabajo propone que para hacer frente a la adversidad y además exhibir comportamientos prosociales, como por ejemplo participar en voluntariado, es necesario que la persona perciba que tiene tales recursos. De esta manera, se diseñó un estudio de corte correlacional con una muestra online de 301 personas de los Estados Unidos, considerando como eje la medición de resiliencia.
En el presente estudio se utilizó el instrumento Resilience Scale for Adults (RSA) desarrollada por Friborg y colegas en Noruega. La RSA fue diseñada para medir los factores personales e interpersonales asociados a la resiliencia y ha sido validad en múltiples estudios y países, incluidos Brasil y Perú. De esta manera, nos aseguramos de utilizar un instrumento que no solo evalúe las características individuales de la resiliencia (ej. fortaleza personal), sino que también los aspectos que interactúan con el entorno social (ej. acceso a redes de apoyo).
Así, unos de los resultados más interesantes es que, en nuestra muestra, la resiliencia está asociada a mayores actitudes prosociales, aun cuando se toma en cuenta el efecto de otras variables relevantes, como el género o la posición social. Sin embargo, observamos que la resiliencia no tiene un efecto directo en la conducta prosocial, sino que el efecto corre a través de una mayor empatía, la que a su vez se relaciona con una mayor cantidad de actitudes y conductas prosociales. En línea con la evidencia expuesta por otros autores, nuestros datos también señalan que haber vivido eventos difíciles y severos en el pasado está asociado con una mayor empatía y tendencia a participar de actividades de voluntariado.
A la luz de estos resultados podemos concluir que, primero, el enfoque de la resiliencia es una perspectiva útil para entender la conducta prosocial en el contexto de eventos adversos o potencialmente traumáticos. Segundo, comprendemos que la resiliencia es una habilidad que se desarrolla a partir de la interacción de factores individuales como sociales; de esta manera, este estudio aporta a la discusión teórica acerca del constructo, apoyando la visión de que la resiliencia se construye también de manera social y comunitaria. Finalmente, concluimos que la respuesta empática y la resiliencia son constructos hermanos, ambos implicados en la conducta prosocial; sin embargo reconocemos que el efecto de la resiliencia es limitado, ya que depende de la empatía para ejercer influencia en la decisión de participar de actividades voluntarias dirigidas a ayudar a otros.
3. Basados en las conclusiones de su trabajo, ¿cuáles podrían ser las recomendaciones que las autoridades deban considerar ante la ocurrencia de un evento potencialmente traumático?
Estas conclusiones son interesantes de aplicar a la hora de planificar estrategias para la organización de la ayuda (ej. voluntariado organizado o espontaneo). A partir de nuestros datos, podemos inferir dos escenarios: uno, que las personas más resilientes son también quienes se sentirán más motivadas a prestar ayuda voluntaria en la zona de emergencia o desastre; o dos, que el simple involucramiento en acciones prosociales promueve una mayor resiliencia, entendiendo que participar de actividades sociales es comúnmente utilizado como una forma de hacer frente al estrés y la adversidad. De cualquier modo, la participación social y el fortalecimiento de las redes sociales son un ingrediente esencial en la respuesta resiliente. En definitiva, brindar ayuda en los momentos de adversidad es una muestra de resiliencia individual y cada persona aporta a la construcción de una sociedad resiliente con sus propias acciones, desde su realidad cotidiana y local.
En esta línea, muchas iniciativas públicas y privadas adoptan el concepto “resiliencia” en sus planes estratégicos, pero ¿en qué medida se abordan estos elementos individuales e interpersonales? Se ha hablado bastante de la resiliencia de los macro-sistemas, sin embargo aun queda por intervenir con una perspectiva bottom-up, es decir, desde las pequeñas interacciones prosociales del día a día (familias, redes de amigos) hacia arriba.
4. ¿Deseas agregar o recomendar algo más?
Inicialmente, adoptamos la visión de que la promoción de la resiliencia está en íntima relación con los recursos personales y sociales, lo que por supuesto incluye el poder adquisitivo y estatus socioeconómico. En este estudio, la posición social emergió como una variable importante asociada tanto a la resiliencia como a la conducta prosocial, tanto que las personas en una posición social más alta fueron más proclives a participar en actividades de voluntariado. Así mismo, un mayor estatus social está asociado a menos empatía, por lo que parece ser que las personas con más recursos económicos actúan prosocialmente por otra vía diferente a la de la empatía. Estos resultados son relevantes a la hora de hablar de Chile, un país con una gran brecha en términos de desigualdad social, distribución de los ingresos, oportunidades de desarrollo y un largo etcétera.
Finalmente, esta investigación y sus resultados abren nuevas vías para la exploración científica en profundidad. Creo que este estudio supone un avance en la comprensión de cómo los eventos altamente estresantes (o potencialmente traumáticos) no solo tienen implicancias a nivel individual sino que también tienen un impacto social que afecta sustancialmente las relaciones humanas, tanto negativa como positivamente. La investigación en estas temáticas ha quedado un poco en las sombras, tanto en Chile como a nivel internacional; afortunadamente esto ha ido cambiando en los últimos años, por lo que sería interesante estudiar si los resultados de este estudio se replican en Chile. Sin duda es una deuda a saldar.
Equipo SOCHPED
Octubre de 2019